Testimonio de un sobreviviente de Ayotzinapa

La jornada del campo 87

20 de diciembre 2014

Uriel Alonso, un joven de 19 años, sobreviviente de la balacera contra estudiantes de la normal “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, Guerrero, y de la desaparición de 43 de ellos, estuvo presente el primer día de las Jornadas en Defensa de la Tierra, el Agua, la Vida y la Memoria, acompañado de Yuridia Hernández, sobrina de José Ángel Navarrete, uno de los desaparecidos. Allí compartió sus vivencias del 26 y 27 de septiembre; habló de su miedo constante pero también de su solidaridad con los padres de las víctimas y su demanda de justicia. He aquí su testimonio.

Soy uno de los jóvenes que sobrevivió a esa masacre del 26 de septiembre. Hoy sigo sufriendo el hostigamiento día a  día. Son 43 compañeros los desaparecidos, pero así fuera uno, haríamos hasta lo imposible por encontrarlo. Hablaré de lo ocurrido el 26 de septiembre. Ese día se venía la marcha del 2 de octubre, la conmemoración de la matanza de Tlatelolco. Y nosotros como estudiantes, como gente que siempre ha estado en la lucha, estamos en cualquier tipo de eventos sociales, apoyando. Ese día nosotros fuimos con todo el grupo de primer año, cinco de segundo y uno de tercero. Nos dirigimos a Iguala, porque Chilpancingo estaba repleto de federales; no podríamos entrar porque un día antes intentaron golpearnos. Decidimos no exponer a los compañeros de primero y decidimos irnos a Iguala. Llegamos y organizamos una recolecta para los gastos que se iban a hacer para venir a la Ciudad de México. Estuvimos unos 20 minutos. De allí decidimos ir por dos unidades hasta la Central de Autobuses. Hay un trato con la empresa siempre y cuando los  autobuses estén disponibles. Nada más nos han recalcado que no los maltratemos y que los tratemos con limpieza, y a los choferes no les pagamos pero les damos lo que ellos necesitan. Les pedimos a tres choferes que nos hicieran favor de traernos a la marcha del 2 de octubre. Accedieron, y preguntaron si no les iba a pasar nada. Les dijimos que no, y les pedimos que nos llevaran primero a la normal y luego a la Ciudad de México.

Abordamos los autobuses, íbamos en tres autobuses, dos de la línea Costa Line y uno de Estrella de Oro, todo iba bien, incluso no sabíamos por dónde andábamos, entramos al centro. Yo iba en el último autobús, me di cuenta de que nos iban siguiendo cinco o seis patrullas de policía municipal de Iguala y les dijimos a los compañeros de primero que no se asustaran, que no iba a pasar nada. Siempre ha habido el diálogo con las fuerzas federales, estatales e incluso con las municipales. De dialogar y llegar a acuerdos. Pero esto fue sorprendente para nosotros. Nos bajamos para tratar de hablar, pero ellos accionaron sus armas contra nosotros y nos empezaron a disparar. Había mucha gente en el Zócalo de Iguala. Lo que hice fue subir a todos. Varios compañeros estaban paralizados. Los tuve que jalonear para que se subieran a los autobuses, ya que estaban arriba, decidí irme hasta el primer autobús. Pensé en que yo sería el primero en recibir los golpes si pasaba algo. Queríamos salir al Periférico para llegar a Chilpancingo, arrancamos y a unos cien metros tal vez, una mujer policía nos tapó el paso con una patrulla municipal, la 002. Aldo Gutiérrez, que después recibió un disparo en la cabeza, era uno compañero que iba muy alegre esa noche. Me decía “paisa, vamos a ser los primeros en tirar golpes. Si pasa algo vamos a ser los primeros en bajarnos”.

Cuando nos tapó el paso la patrulla, nos bajamos Aldo y yo, y otros tres compañeros de segundo para tratar de mover la patrulla. Un compañero se subió a ella e intentó echarla a andar, pero no pudo. Entonces empezamos a moverla y nos empezaron a disparar, y cuando me di cuenta de que Aldo tenía un balazo en la cabeza, lo intenté agarrar pero las balas me lo impidieron y tuve que tirarme al suelo y arrastrarme hasta la parte de atrás donde ya estaban varios de nuestros compañeros, alrededor de 35; estaban escondidos, ocultándose. Nos balaceaban y nosotros decíamos que no entendíamos el motivo. Ellos no nos hacían caso, se reían; marqué al 066, dije a la operadora que necesitábamos una ambulancia pues un compañero tenía una bala en la cabeza y se nos estaba muriendo. Ella me ponía trabas, que para que queríamos la ambulancia, que de dónde éramos, que si de verdad era emergencia o solo estábamos jugando. Tuvimos que llamar a familiares. Les dijimos cómo estaba la situación y a los 25 minutos llegó la ambulancia, incluso se iba a pasar porque los policías nos estaban disparando. Se llevó a Aldo y los policías seguían disparando. Muchos compañeros estaban llorando. Luego me di cuenta de que a compañeros que venían en el tercer autobús los habían acribillado, y que a todos los tenían en el piso boca abajo, y los estaban golpeando; a los choferes también los golpearon. Les dijeron que si andaban de revoltosos con nosotros a ellos también les iba a tocar. Tardó más o menos dos horas la balacera, posteriormente llegaron tres patrullas de Cocula, venían armados, encapuchados, y nos apuntaban. Uno de ellos intentó dialogar conmigo. Me daba miedo. Decía que dialogáramos para que ya acabaran, a lo cual nosotros renegamos, y nos dijeron: “queremos que se vayan, si no se van, vamos a venir por ustedes”, y nosotros pues asustados tuvimos que estar allí y ya después se fueron. Nuestros compañeros subieron a las patrullas con las manos en la cabeza y varios estaban llorando. Yo les dije que no se asustaran, que sólo los iban a tener detenidos y que íbamos a ir por ellos.

Empezaron a llegar maestros, compañeros de Iguala que también son estudiantes, reporteros, y gente de civil, llegaban a ver qué estaba pasando y les dijimos que los policías nos habían balaceado. El último camión estaba bien balaceado, las llantas ponchadas, había mucha sangre en ese autobús. Como a la media hora llegaron otros compañeros de la normal que estaban allá, les habíamos comentado y les dijimos que había pasado. Habíamos terminado de hablar ante la prensa, y a eso de la una de la madrugada llegó un convoy armado: una camioneta doble cabina color rojo, camionetas negras, coches negros, azul y blanco y se baja gente encapuchada, toda de negro, pero las armas ya eran de alto calibre, calibre 50, cuerno de chivo y otras. Entre esos carros estaban estacionadas unas patrullas de policías municipales, entonces lo único que alcancé a ver es que se bajaron, uno de los primeros se hincó y empezó a dispararnos a todos, corrimos; alcancé a escuchar es que un compañero gritó: “me dieron, ayúdenme”; no pudimos hacer nada, porque las balas nos lo impedían. Era la cosa de correr o morir, la idea era sobrevivir, nos escondimos, muchos en casas, que les abrieron las puertas; otros en azoteas; yo me metí a un terreno baldío con otros compañeros de primero.

Estuvimos tres horas escondidos, teníamos miedo de salir, pasaban patrullas, pensábamos que si salíamos nos van a matar. Mi celular tenía saldo y batería, le marqué a un compañero de iguala y le pedí que viniera con nosotros. Estábamos a dos cuadras. Me dijo: “es una zona donde radica la mafia, si yo voy son capaces de matarme”. A las 5:30 llegó una patrulla, nos llevó, empezaron a buscar a todos los que estaban escondidos. Nos llevaron a la Fiscalía, dijimos como estuvo la situación. Pero antes habíamos pasado por el lugar de los hechos y vimos dos cuerpos de nuestros compañeros de primer año. Muchos teníamos miedo, decíamos que  ese día nos iban a matar a todos. Al otro día, a las tres de la tarde nos llaman de parte del Servicio Médico Forense (Semefo)  para que fuéramos a reconocer un cuerpo, creían que era un normalista de Ayotzinapa. Era el compañero Julio César Mondragón, oriundo del Estado de México, lo vimos que estaba bien golpeado de las costillas y con quemaduras de cigarro en los dedos; lo peor de todo es que le arrancaron la cara, le sacaron los ojos. Les dijimos que nos dijeran qué habíamos hecho para que estuvieran matando a nuestros compañeros peor que como animales. Teníamos miedo.

Con esto quedaba claro que no sólo era gente de la policía sino del crimen organizado. El Semefo nos dijo que al chavo los torturaron vivo. Fue un dolor muy grande, empezaron a llegar a los padres. Desgraciadamente hay 43 padres que no volvieron a ver a sus hijos. A lo mejor tienen la esperanza de volver a abrazarlos y llevárselos. Desgraciadamente no ha sido así, no los han vuelto a ver. Nos trasladamos a la escuela. Quedamos un poco trastornados. Muchos compañeros de primero y de segundo no quisieron hablar ante los medios, tenían miedo a represalias, entonces varios compañeros y yo hablamos y dijimos cómo estuvo la situación. Desde ese día nosotros quedamos muertos en vida. Queremos ver a nuestros compañeros, sólo recuerdo cuando juntos sembramos la tierra, sembramos la flor de cempasúchitl, la milpa, le dábamos de comer a los marranos por la tarde, jugábamos, nos bañábamos en la alberca, hicimos muchas cosas juntos. Muchos me decían que ya se acercaba el 2 de noviembre, que iban a poder ir a ver a sus familiares, que en diciembre se juntaba toda la familia e iban a estar con ellos. Siento que les fallé a los compañeros, pues yo les dije que sí.

Ahora toca que la flor ya la cosecharon, la fueron a vender, pero fueron sólo 15 compañeros de primero. No fueron los 140. La milpa ya está dando y sólo veo a unos diez compañeros de primero. Ya no veo a todos los que estaban. Estamos haciendo hasta lo imposible para que el mundo se entere de lo que nos hicieron esa noche. Pedimos justicia, reparación de daño. Pero el hostigamiento sigue contra nosotros, nos han llegado amenazas. Policías ministeriales nos han correteado en el momento en que hemos ido a Chilpancingo. Nosotros tratamos de dar ánimos a los papás de los desaparecidos, pero la verdad es que no se puede. Varias personas nos han dicho que nos salgamos de (la movilización), incluso los padres (de los desaparecidos) pero yo dije que no; si yo estuviera desaparecido, mis compañeros estarían haciendo lo mismo que yo, me estarían buscando, se estarían desvelando, así pasaran dos o tres semanas sin dormir, sin comer bien. No podemos superar  esto fácilmente. Cada vez que vemos una patrulla, me recuerda la noche del 26 de septiembre. Esto es un golpe duro para los estudiantes y para los padres de familia.

http://www.jornada.unam.mx/2014/12/20/cam-testimonio.html