Herbicida de transgénicos sería cancerígeno: OMS

La Crónica de Hoy

30 de marzo de 2015

El producto con el número 119 de la “Lista de evaluación de inocuidad caso por caso de los organismos genéticamente modificados (OGMs)” de la Comisión Federal para la Protección Contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) de la Secretaría de Salud describe al maíz (Zea mays) de Dow AgroSciences de México S.A. de C.V. como “resistente a insectos lepidópteros y tolerancia a los herbicidas glifosato, glufosinato de amonio y 2, 4-ácido diclorofenoxiacético (2, 4-D)”.

Este es uno de los 135 productos genéticamente modificados (transgénicos u OGMs) de la lista de Cofepris que ha autorizado para su comercialización e importación en nuestro país desde hace cerca de una década. Entre estos hay algodón y alimentos como papa, jitomate, soya, canola, alfalfa, remolacha y maíz de diversas empresas, como SyngentaAgro, Monsanto, Bayer, PHI México y Pioneer, entre otros.

Gran parte de estos organismos transgénicos corresponden a maíz y la mayoría refiere ser tolerante a los herbicidas glifosato y algunos más al llamado 2,4-D, los cuales pueden considerarse como peligrosos agrotóxicos o inocuas sustancias, esto depende de los estudios que consulte o a los especialistas a quienes pregunte. Perniciosos o no, lo cierto es que se encuentran presentes en los algunos de los alimentos que comemos diariamente, pero estos no corresponden a maíces trangénicos cultivados en nuestro país –aún no se ha aprobado su siembra comercial— sino a alguno de las 10 millones de toneladas que importa México anualmente de Estados Unidos, principalmente para el sector percuario e industrial. En 2014, las importaciones de maíz amarillo, o forrajero, representaron 9.5 millones de toneladas, refiere el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera, de la Sagarpa.

“Los cultivos de maíz, de los que derivan productos como tortillas, tostadas, totopos…, son rociados con cantidades exorbitantes de tóxicos, herbicidas y sulfactantes (sustancias que permiten la penetración de los principios activos de otras al interior de todas las células)”, refiere Elena Álvarez-Buylla, investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM. “Se ha probado que estos agrotóxicos son cancerígenos, disruptores endocrinos y alteradores del desarrollo”. Diseñados para matar a las malas hierbas, explica, los transgénicos son tolerantes a estos tóxicos por lo que son asperjados con grandes cantidades (“hasta 500 veces más de lo permitido en el producto final”) y penetran hasta las células de los alimentos por lo que quedan indelebles en estos.

La genetista molecular añade que tan sólo el glifosato se encuentra en 9 de cada 10 variedades de cultivos transgénicos en el mundo y que se ha correlacionado con la prevalencia de enfermedades como daños hepáticos y riñón, así como cáncer, enfermedades degenerativas e incluso neuropsiquiátricas, como el autismo. “Estas altas correlaciones no son demostraciones de causalidad, en ciencia se demuestran mediante experimentos, sin embargo el hecho de que más de 20 enfermedades estén asociadas con el aumento de glifosato son una indicación preocupante de la posible relación causal entre el aumento de su consumo mediante la ingesta de alimentos transgénicos”.

INVESTIGACIONES.

El estudio “Influence of herbicide glyphosate on growth and aflatoxin B1 production by Aspergillus…”, publicado en 2013 en la revista Journal of Environmental

Science and Health, refiere que el herbicida Round-up —nombre comercial del producto a base de glifosato comercializado por Monsanto— aumenta el crecimiento de los hongos productores de aflatoxinas B1, consideradas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC, por sus siglas en ingles) dentro del “grupo 1” de carcinogénicos para el hombre.

Recientemente, la IARC, perteneciente a la Organización Mundial de la Salud (OMS), clasificó al glifosato en la categoría 2A, la cual lo refiere como “posible cancerígeno”, tras un estudio publicado en The Lancent Oncology: “Carcinogenicity of tetrachlorvinphos, parathion, malathion, diazinon, and glyphosate”.

Esta categoría refiere que “Existe evidencia limitada de una asociación con el cáncer en seres humanos, pero pruebas suficientes de asociación con el cáncer en animales de experimentación”.

Al respecto, Monsanto declaró que la IARC “recibió y decidió no considerar a propósito docenas de estudios científicos, específicamente los estudios de toxicidad genética que apoyan la conclusión de que el glifosato no es un riesgo para la salud humana”.

Por su parte, Alejandro Monteagudo, presidente ejecutivo y director general de Agrobio México –asociación que aglomera a las principales empresas productoras de semillas trasngénicas en el país— asegura que el glifosato, utilizado de manera racional, es inocuo.

Al referirse al informe de Residuos Pesticidas en Comida de 2004, elaborado por la Reunión Conjunta FAO/OMS (Meeting of the FAO Panel of experts on pesticide residues), el glifosato posee baja toxicidad aguda, no es genotóxico, cancerígeno, teratogénico ni neurotóxico.

“Incluso si se consume a través de los cultivos sería en cantidades indetectables y se desecharían fácilmente por el organismo”. Agrega además que si la sustancia llega hasta los mantos acuíferos tampoco representaría un riesgo para el medio ambiente y la salud, puesto que se encontraría en muy pequeñas cantidades.

HERBICIDA PARA LA GUERRA.

Por otra parte, Álvarez-Buylla —miembro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad— y organizaciones de la sociedad civil han alertado también la presencia del herbicida 2, 4-D en el maíz importado de EU, el cual, refieren, es un probado cancerígeno y teratógeno que se había dejado de emplear.

Durante la Guerra de Vietnam, el 2, 4-D se mezcló con otro herbicida (2,4,5-T) para desarrollar uno conocido como “factor naranja”, empleado para privar al ejército vietnamita de vegetación profunda donde pudiera esconderse. Actualmente, investigadores y asociaciones denuncian que las consecuencias en la salud de los pobladores y el medio ambiente permanecen tras los 12 millones de galones que se emplearon durante la guerra.

“El único argumento para volver a utilizar el 2,4-D es que, después de 20 años de usar glifosato, han aparecido supermalezas resistentes que requieren de un veneno más fuerte; y el 2,4-D es uno que la industria tiene a la mano, además de ser producido por Monsanto”, refiere la científica. Pero el director general de Agrobio enfatiza que al igual que el glifosato, el 2,4-D cumple con todos los protocolos de inocuidad. Lo único en que coinciden Álvarez-Buylla y Monteagudo es que el maíz importado (esos 10 millones de toneladas) de EU es transgénico y obtenido mediante el uso de estos herbicidas.

“Existe una gran preocupación por las autorizaciones que Cofepris ha otorgado para el consumo de maíz transgénico, pero se ha querido confundir a la opinión pública entre éstas y los permisos para la siembra”, puntualiza Adelita San Vicente, directora de la Fundación Semillas de Vida y miembro de la campaña “Sin maíz no hay país”.

Junto con otras organizaciones de la sociedad civil, señala, cuestionaron a Cofepris sobre los parámetros para esta aprobación. “Dicen que no hicieron evaluación alguna sino que han tomado las realizadas en EU por la FDA (Food and Drug Administration)”.

En respuesta a lo anterior, Cofepris informó a este diario que de acuerdo con la Ley General de Sanidad Vegetal, la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) “es la responsable de vigilar los niveles de residuos en alimentos tanto importados como producidos en México” a través del Servicio Nacional de Sanidad Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica).

“El establecimiento de un límite máximo de residuos (LMR)  es una actividad compartida entre Senasica y Salud, donde Senasica determina los aspectos de efectividad biológica de un producto para controlar una plaga determinada, y Salud determina que los residuos de plaguicidas en alimentos de consumo no representen un riesgo a la salud”.

Ahora bien, de estos 10 millones de toneladas de maíz importado, los científicos desconocen qué porcentaje pertenece a cada una de las variedades transgénicas aprobadas en EU y tampoco saben cuánto de este maíz llega a los alimentos que consumimos, pero es seguro que un 90 por ciento cuenta con alguno de estos y otros agrotóxicos, apunta Elena Álvarez.

“Si no se logran detener estas autorizaciones, no sólo se seguirán consumiendo trasngénicos con proteínas recombinantes [ese intercambio o sustitución de genes que es la otra gran preocupación de un grupo de científicos y sector de la población], sino que además estarán contaminados con glifosato y 2,4-D. Pero también es preocupante que, de manera instantánea y coordinada, la Cofepris haya aprobado el consumo de este maíz”.

http://www.cronica.com.mx/notas/2015/891366.html