Alimentar a México sin deforestar

La jornada del campo 142/julio 2019

José Sarukhán Kermez

La forma como alimentemos a la población de México hacia la mitad de este siglo será determinante para definir qué proporción de nuestros ecosistemas terrestres y marinos podrán conservarse. La producción de alimentos ha sido la causa central de la transformación de los ecosistemas naturales en el planeta a lo largo de la historia de la humanidad, tanto por el creciente número de bocas que ha habido que alimentar con el crecimiento poblacional de la humanidad, como por el tipo de dietas adoptadas por las diferentes sociedades a lo largo de la historia, especialmente en el pasado siglo. Los costos ambientales y energéticos de gran parte de las dietas modernas basadas en alimentos industrializados son tan altos que se calcula que mantener la tendencia de éstas a nivel global para alimentar la población de mediados del siglo, anularía las reducciones de emisiones de gases con efecto de invernadero logradas por la industria mundial para esas fechas. 

Un elemento más que se suma a las amenazas de la dependencia de las grandes industrias agroalimentarias es el hecho de que unas seis compañías controlan más del 60% de los granos utilizados para sembrar en el mundo. 

México, además de ser un país megadiverso y multicultural, es uno de los centros mundiales de domesticación de plantas alimenticias y ha sido centro independiente de origen de la agricultura. En nuestro país, la enorme diversidad cultural, producto de la rica diversidad biológica, tiene una estrecha relación con la agricultura y, en consecuencia, con la salud humana. Los elementos anteriores nos permiten producir alimentos de forma soberana, es decir con total libertad e independencia acerca de qué cultivos sembramos, dónde los cultivamos de acuerdo con sus requerimientos ecológicos y qué semillas utilizamos para ello, sin depender de los grandes productores agroindustriales. 

El reporte global que la FAO produce anualmente estableció en 2014 que la principal fuente, por mucho, de producción de alimentos en el mundo es la agricultura familiar o campesina, llevada a cabo en pequeñas extensiones de 2 o menos hectáreas, y no la agricultura industrial de grandes extensiones y de alta tecnificación; establece ese reporte también que hay que fortalecer esa agricultura familiar con medidas varias. 

Es indispensable que las políticas públicas que puedan afectar al ambiente o que estén dirigidas a la producción de alimentos estén basadas en información científica de la mejor calidad posible, con resultados confiables, que no estén influidos por caprichos del momento o por intereses económicos o ideológicos personales o de grupo. En las últimas tres o cuatro décadas nuestro país ha experimentado muchos avances y cambios positivos en este sentido. Tenemos ahora mejores conocimientos para diseñar mejores políticas públicas y al mismo tiempo hay más entendimiento y participación social que deriva en acciones colectivas informadas, fuertes y activas, que puede cambiar para bien el desarrollo de políticas públicas, haciendo que sean más atinadas y que eviten o minimicen las tendencias de agotamiento de nuestros recursos naturales. Cuando contamos en México con datos confiables y por otro lado contamos con la capacidad institucional y personal para generar la información que requerimos, es inaceptable que las políticas públicas se sigan llevando a cabo de manera aislada de ese conocimiento. Todo indica que, en la nueva visión de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural se apoyará a los pequeños productores y las comunidades indígenas y rurales y con ello se podrá valorar la enorme agrobiodiversidad que han conservado y que posibilita la producción soberana de alimentos. 

A lo largo de un cuarto de siglo, México ha generado en Conabio, como ningún otro país, la mayor cantidad de información sobre su biodiversidad, bajo un solo techo institucional y de manera accesible a toda la sociedad. Un ejemplo, único en el mundo, del uso de esta información para la aplicación de políticas públicas ha establecido en la Ley de Desarrollo Forestal Sustentable. De acuerdo con ella, la Sader debe considerar la información sobre la vegetación que cubre el suelo para otorgar los muy variados subsidios a la agricultura y no se podrán modificar o destruir ecosistemas naturales ni predios forestales de importancia para su conservación para producir alimentos. Para ello se cuenta con un mapa de gran detalle y un sistema que consulta la información espacial que puede responder en unos segundos si es dable, o no, otorgar el subsidio solicitado por los agricultores. 

Sin embargo, es indispensable también que la sociedad mexicana modifique sus comportamientos de consumo. Particularmente, la población urbana debe hacer conciencia del impacto que genera sobre el medio ambiente lo que come y consume. La población urbana, como un intenso consumidor de energía, alimentos y bienes, tiene un gran poder para cambiar las cosas, justamente por su poder como consumidores. No hay gobierno que haga algo diferente si la población no cambia por convicción, por congruencia ética con lo que está viendo que ocurre por su actividad como consumidor. Ahora tenemos mayor cantidad de información que la que tuvieron generaciones pasadas; sabemos qué pasa con cada tonelada de CO2 que se emite, hay más satélites que nos proveen de datos, se conocen con más detalle los daños que se generan con la pérdida de biodiversidad, cómo van desapareciendo las poblaciones y cómo se extingue una especie cuando su última población desaparece. 

Tenemos que cambiar profundamente nuestro comportamiento y consumo personal, influir en lo que ocurre en nuestra familia, nuestro barrio o la ciudad en que vivimos. La única manera de exigirle a los gobiernos locales, estatales o nacionales que tomen las acciones apropiadas, es con el ejemplo que mostramos en nuestro comportamiento. La vida en el planeta no desaparecerá, pero sí puede hacerlo nuestra civilización como la conocemos, la del Homo sapiens.

https://www.jornada.com.mx/2019/07/20/cam-mexico.html