Un lugar sagrado en peligro

07 de septiembre de 2002

Entre las reivindicaciones indígenas formuladas en los acuerdos de San Andrés se encuentra una que sigue causando escozor: la defensa del territorio. Definido como el espacio de cruce de las relaciones de vida y reproducción de un pueblo, el territorio no es sólo el sitio donde vive un pueblo pues -como en el caso de los huicholes (o wixaritari)- se extiende en lo cultural a todos los puntos que desde tiempos inmemoriales son considerados por los wixaritari como sitios sagrados. Quizá el más importante se sitúa en lo que antaño se conoció como desierto de Coronado, en San Luis Potosí y parte de Zacatecas, parte sureste del extenso desierto chihuahuense. En ese bosque enano de gobernadora (un arbusto que puebla grandes extensiones del desierto) vive y se reproduce una de las plantas sicotrópicas más importantes en la cultura de infinidad de pueblos de Aridoamérica: el jícuri o peyote (Lophophora williamsi). Hace siglos que los huicholes emprenden, año con año, peregrinaciones hacia Wirikuta -el nombre huichol de esta zona- para colectar jícuri, como parte del camino de sabiduría que es central en la cosmovisión wixaritari del mundo.
Preocupados por el hostigamiento al que los sometían el Ejército y la Policía Judicial, que en ocasiones los encarcelaban y les decomisaban el jícuri, los wixaritari emprendieron durante años una defensa de Wirikuta y de su derecho fundamental a colectar e ingerir jícuri. El Convenio de Viena y el Convenio 169 de la OIT brindaron el paraguas jurídico que posibilitó que los peregrinos huicholes no fueran molestados. Algunas instancias del propio gobierno mexicano, haciendo eco de la presión internacional, declararon en 1994 una reserva ecológica en Wirikuta, lo que desde 1997 (al aprobarse un plan piloto de conservación en manos campesinas) comenzó a tener eco entre los habitantes del desierto, que hoy día rearman paso a paso sus raíces huachichiles, pues son herederos de los aguerridos nómadas y pastores que en tiempos de la fiebre de la plata resistieron a muerte el despojo y la invasión.
Fue en 2001 que se aprobó plenamente un plan de manejo ecológico pactado entre Conservación Humana AC y la Secretaría de Ecología y Gestión Ambiental del gobierno de San Luis Potosí, que, mediante un proyecto integral, impulsaba que los ejidatarios de Las Margaritas, San Antonio de Coronados y Tanque de Dolores vigilaran la conservación de la zona. Los ejidatarios idearon una estrategia para restringir el acceso de los turistas (mediante un cobro y un compromiso de respeto a la zona, explícito en un reglamento), al tiempo de erradicar, en la medida de lo posible, el trasiego del peyote con fines empresariales o de narcotráfico (corre el rumor en la zona de que el peyote ya fue patentado). Los propios representantes de la Profepa en Matehuala expidieron credenciales de guardias ecológicos a los promotores comunitarios huachichiles (autorizados por el pueblo huichol y por la entonces presidencia municipal de Catorce).
Sin embargo, el nuevo presidente municipal desconoció estos acuerdos y se comenzó una campaña de hostigamiento y difamación contra la vigilancia ejidal de la reserva de Wirikuta. A los propios ejidatarios se les acusó de narcotráfico (se arrestó injustificadamente a las autoridades ejidales de Las Margaritas, lo cual no prosperó por
falta de pruebas) y la policía emprendió patrullajes y redadas contra los visitantes y contra los propios ejidatarios del desierto. Estos presentaron demanda contra esta policía alegando que ha incurrido en actos de corrupción contra algunos turistas, la cual fue aceptada.
Hoy la región no está en calma. El equilibrio es muy frágil.
Pese a que el sistema de vigilancia ejidal inició un trabajo intenso de recuperación cultural y ecológica en la región, y un proceso autogestionario de manejo de sus recursos y de su identidad indígena, el hostigamiento de la policía municipal se suma a los problemas que desde antes amenazaban la reserva: nuevos trazos carreteros cruzando el desierto, extracción de minerales, instalación de maquiladoras, asaltos frecuentes, acaparamiento caciquil del agua, corrupción social en los poblados aledaños a la orilla de la vía del tren (Catorce y Wadley), saqueo de la biodiversidad, aumento de un narcotráfico ajeno por completo a los ejidatarios y a los huicholes peregrinos mediante laboratorios de procesamiento de mezcalina con otras sustancias para preparar éxtasis. Wirikuta está en peligro