Migrantes agrícolas sobrellevan crudas jornadas en fincas de Chiapas

Epicentro de una crisis/III y última
Prefieren los pesitos en lugar de quetzalitos
Migrantes agrícolas sobrellevan crudas jornadas en fincas de Chiapas
Braceros guatemaltecos son llevados por contratistas de empresas establecidas en México desde pueblos a 500 kilómetros de la frontera. Muchos no hablan español, reciben poco más del salario mínimo de nuestro país, los contratan de 30 a 40 días; a veces, los alimentan sólo con frijoles y duermen en galeras con piso de tierra. Aun así, agradecen que les den chamba porque en sus lugares de origen nos morimos de hambre
Braulio Carbajal
Enviado
Periódico La Jornada
Domingo 6 de agosto de 2023, p. 4
Tapachula, Chis., Es un día cualquiera en Chiapas. Aún no caen las primeras luces del alba, pero a orillas del río Suchiate, cientos de personas cruzan la frontera natural desde Guatemala a México arriba de decenas de balsas rudimentarias hechas con unas pocas tablas de madera sobre un par de cámaras de llantas. Ahí, a escasos 100 metros del paso oficial, guatemaltecos, haitianos, venezolanos, salvadoreños, cubanos y demás buscan lo mismo: una vida digna fuera de la violencia o pobreza de su país de origen.
De las balsas descienden familias completas que, cuentan, llevan una travesía de tres semanas, incluida una en medio de la selva para alcanzar el famoso sueño americano. Claro, con una parada en México.
Estos migrantes son parte de una estadística que deja en claro la crisis migratoria que enfrenta el país: 90 mil migrantes cruzan la frontera sur de México cada mes, según diferentes reportes de ONG, gran parte de ese número lo hace por este cruce ilegal ubicado en Ciudad Hidalgo, Chiapas, mejor conocido como el cruce del coyote.
De las mismas balsas, un tanto camuflados, desciende otro tipo de migrante: el temporal. Son hombres y mujeres que ante la falta de papeles cruzan la frontera todos los días en balsa para trabajar en los diferentes comercios de la zona fronteriza, o bien, comerciantes que adquieren sus mercancías en México para luego venderlas en Guatemala.
Aún más reducida, pero no escasa, es la cantidad de jornaleros, machete en mano, que atraviesan la frontera por el río.
Los migrantes agrícolas que pasan por aquí son muy pocos, lo bueno está del otro lado, allá en Guatemala, nos dice un balsero de la zona, que inmediatamente, por 10 quetzales, algo así como 21 pesos, se ofrece a cruzarnos en su balsa. En cinco minutos, arriba de una de esas inestables balsas que es impulsada por un simple palo de madera, y ante los ojos de la Guardia Nacional, que ha improvisado un punto de migración a las orillas del río, estamos en territorio guatemalteco sin necesidad alguna de haber mostrado el pasaporte o cualquier otro documento.
A cinco minutos caminando de la frontera se ubica el Parque Central Tecún Umán, del departamento de San Marcos, Guatemala. Son casi las 8 de la mañana y todo luce tranquilo, hasta que, de pronto, al centro de la plaza llega un hombre regordete ya entrado en edad con una carpeta en mano. De la nada, decenas de hombres, mochila al hombro, llegan corriendo para hacer un círculo alrededor de él.
Ya tengo aquí los nombres de todos ustedes, pongan atención para que sepan a qué finca se van a ir.
El que anuncia los nombres es Ernesto Lorenzo Méndez, un contratista que trabaja para la empresa Agromod, una de las principales productoras de papayas de México y que sólo en Chiapas cuenta con cuatro fincas.
Apenas termina de dar los nombres y todos, alrededor de 50, salen de prisa hacia otro rumbo. Ahorita van a migración a tramitar su pase a México, son migrantes agrícolas legales, dice don Ernesto a La Jornada. A ellos los traemos desde un pueblo que está a unos 500 kilómetros de aquí, nos hicimos 10 horas de camino y casi ninguno de ellos habla español, todos hablan quekchí, continúa mientras muestra el fólder en el que trae los nombres anotados.
Todos ellos, cuenta, van a alguna de las fincas de papaya de Agromod en Tapachula, con un contrato de 30 días por un salario de 235 pesos sin prestaciones. El salario es más del mínimo, que en México es de 207 pesos diarios y en Guatemala de 90 quetzales (192 pesos mexicanos), pero no hay trabajo o les pagan 60 quetzales (128 pesos), se les dan tres comidas y donde dormir, no tienen prestaciones porque el trabajo no es permanente, sólo van una temporada, se regresan y luego van otros.
Esa es la cruda realidad del otro migrante, el agrícola que, según diversos testimonios recogidos por este diario en la región, duermen en galeras con piso de tierra que en temporada de lluvia se convierte en lodo. Ahí, los piojos no dan tregua mientras a ellos los patrones los alimentan, muchas veces, con puros frijoles, tal y como cuentan Marcos y Robín, dos guatemaltecos que no rebasan los 25 años que recién cumplieron su contrato temporal de 40 días en una finca de café en Chiapas y ahora vuelven a Coatepeque, su comunidad que se ubica a dos horas de distancia.
Dicen que en 30 o 40 días volverán, ya que en su lugar natal no hay trabajo: Si acaso hay chamba de acarrear leña por unos 15-20 quetzalitos, eso no alcanza para nada, por eso agradecemos que México está cerca y nos da trabajo, nos ganamos 250 pesos al día. Ahí el patrón nos da en la galera cama, baño y comida. También hay chance de tardear y ganarse otros 50 pesitos por una cuerda de chaporro. Está bueno, lo único malo es que hay pulgas de a madres, y tampoco tenemos seguro, hay un doctor, que si te sientes mal nomás te da una pastilla y a seguir chingándole, dice Robin, el más chico de los dos.
Cruzando la plaza está la otra realidad: un grupo de migrantes recién contratados que están a la espera de la señal para ir a migración por su permiso de trabajo. Dos de ellos son Lionsio y Moisés, también originarios de Coatepeque, listos para llegar a Tuxtla a una finca de café a ganarse unos 10 mil pesitos. Dinero a cambio de 45 días de trabajo arduo, pero que, afirman, es su mejor opción: “Hay que salir a buscar la comida, allá de donde somos nos morimos de hambre.
Aquí si están bien comidos, interrumpe don Chico, un señor entrado en años que afirma tener 45 años trabajando como contratista entre la frontera de México y Guatemala, yendo y viniendo entre las comunidades más alejadas del país vecino en búsqueda de personas que quieran ir a trabajar de forma legal y temporal (sin prestaciones de ley como seguro social) en las fincas de México, sobre todo de café, plátano y mango.
En esta ocasión lleva a un grupo de 14 personas a trabajar en la empresa Monte Verde, y la siguiente semana volverá por un grupo similar. Hay fincas que no responden, pero a donde yo los llevó sí, es de ley, les paga como debe de ser y los alimenta bien, nada de puros frijoles, ahí les dan hasta carne. Y pues mientras llegan allá, yo respondo por ellos, y no es que se coman nomás cuatro tortillas, sí comen bien, ¿o no?, le dice a uno de los migrantes agrícolas que está junto a él.
Se trata de Saúl Jacinto, originario de Zacapa, uno de los 22 departamentos de Guatemala que, según dice, está a 10 horas en camión.
Después de afirmar las palabras de don Chico, Saúl Jacinto cuenta un poco su historia: Allá dejé solas a mis dos hijas y a mujer, pero vengo a chingarle, le voy a tardear para sacar dinero extra e irme al menos con unos 20 mil pesos, con eso la hago allá en la comunidad. Sin embargo, no esconde lo complicado que es, pues aunque lleva migrando para trabajar desde 2005, siempre es difícil, como una vez que lo asaltaron: En una ocasión nos bajaron a todos los que íbamos, nos encañonaron y nos quitaron lo poco que traíamos. Todos los que estamos aquí luchamos por un trabajo, y a veces hasta uno arriesga la vida para poder sobrevivir.
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