El malestar de la agricultura

Ojarasca

Apenas del otro lado de la frontera

Hay un hogar sitiado esta en el corazón del país.
Y los banqueros me están quitando mi hogar y mi tierra.
Un joven cierra sus ojos esta noche en el corazón del país.
Quién los despertará con una casa y un préstamo
Que no puede pagar.
Bob Dylan y Willie Nelson
Heartland

La arenga

Neil Young moja su armónica y le da un trago a su cerveza. Camina lentamente en el escenario y se sienta frente a lo teclados. Son casi las once de la noche y es casi el fin de un concierto que comenzó con los Primeros minutos del mediodía . Pesadamente comienza a hablar. Esta molesto. Repite las palabras que usó doce horas antes durante una conferencia en ese evento en solidaridad con los granjeros norteamericanos. Las cuarenta mil gargantas que llenan el Cyclone Stadium en Ames, lowa, Estados Unidos, manifiestan su apoyo a las palabras del músico. Neil Young sigue con su arenga: FarmAid -eI nombre del concierto- no es una tradición americana; no se trata de hacer conciertos de ayuda a los granjeros una y otra vez, sino resolver la situación que tiene así a los hombres deI campo. La multitud corea cada uno de sus disparos verbales. El músico recuerda que votó por Clinton para sacar a la administración republicana, para propiciar el cambio.
- ¿Dónde está el cambio? - Se interroga a sí mismo, a los espectadores y a los ausentes funcionarios de la nueva administración.
Entre aplausos aprobatorios el artista regresa a su música. Con ironía, dedica dos canciones distintas al vicepresidente y al ministro de Agricultura. Cuando debiera terminar su presentación llama a Willie Nelson, músico country organizador de la jornada y camarada de armas, a acompañarlo:
- Ven aquí Willi - le grito por el micrófono - aunque no te sepas, las canciones.
Y Willi lo acompaña rola tras rola, rompiendo el programa y alargando el final de FarmAid.

FarmAid VI

El 24 de abril de 1993 más de cuarenta grupos se reúnen en Ames, lowa, convocados por Willi Nelson, John Mellencamp y Neil Young, para solidarizarse con los pequeños agricultores familiares de los Estados Unidos. Es la sexta vez que lo hacen. En eI pasado han estado allí Paul Simon, Bonnie Raitt y Elton John, por nombrar algunos. Se han reunido en Texas (un par de veces), Indiana, Nebraska e lllinois. En esta ocasión, entre otros, se encuentran allí Roger Clinton -hermano, del nuevo presidente de los Estados Unidos-, Ringo Starr, Kris Kristofferson, Lyle Lovett. Hacen ruido y hacen música. Denuncian la situación de los pequeños agricultores familiares, dan entrevistas sobre el tema para la prensa, la radio y la televisión. Recogen fondos (más de diez millones de dólares desde el primer concierto en 1985) para financiar la causa. Entretienen a unos cuarenta mil asistentes, en su mayoría agricultores que han viajado horas para hacer oír sus voz.
FarmAid es ecléctico desde el punto de vista musical: hay música para todos los gustos pero domina el Country. Mezcla de mitin político y espectáculo recreativo, lo mismo se guarda silencio a la memoria de César Chávez, que se toma cerveza desde las tres de la tarde. Lo mismo toca El Dorado y levanta los ánimos cantando "Reynalda, Reynalda/ ya quítate tu minifalda/ porque cuando bailas a go go/ se te mira hasta la espalda", que Lyle Lovett deja en los asistentes una sensación en la que algunos quieren ver una manifestación de espiritualidad .
Vez tras vez, Willie Nelson sale al escenario a acompañar a sus amigos de otros grupos. Generoso, el público aplaude cada una de sus presentaciones.

Presionando al Congreso

Un día antés, FarmAid participa en dos audiencias distintas sobre el mismo tema: la agricultura y los agricultores. El Subcomité de Agricultura del Congreso de los Estados Unidos y el Ministerio de Agricultura las auspician en el campus de la Universidad de Iowa. Después de escuchar los testimonios de diversas organizaciones de productores rurales, Willie Nelson toma la palabra. Señala que desde la década de los treinta más de ocho millones de granjeros han sido obligados a dejar sus tierras. Ilustra la situación indicando como cada quince minutos una familia pierde su granja.
Quedan hoy poco menos de 500 mil agricultores. Ante periodistas, cámaras de televisión y congresistas reflexiona en voz alta: "Siempre he escuchado que la columna vertebral de nuestra nación eran los granjeros, y durante varios años he visto como se empuja a los granjeros cada vez más abajo. Y mientras todo lo demás sube, los precios agrícolas son siempre los mismos, y todos sabemos que eso no es justo."
Finalmente, ante una cerrada ovación propone su utopía: reducir la extensión de las granjas y regresar a esos ocho millones de granjeros expulsados de sus tierras al campo. De esa manera se crearán empleos, se incrementará el mercado interno y aumentarán los recursos fiscales. Un día después, en conferencia de prensa, remachará su propuesta.
Los testimonios duran todo el día y tienen cinco ejes básicos: muestran la enorme distancia entre los precios de los productos agrícolas y los costos de producción; denuncian la creciente ingerencia de las grandes empresas agroindustriales como propiciadoras de la quiebra de los granjeros familiares; se lamentan de la burocracia de las instituciones gubernamentales relacionadas con la agricultura; insisten en la necesidad de promover la agricultura sustentable; se oponen abiertamente al Tratado de Libre Comercio (TLC).
Los representantes populares y los funcionarios públicos toman notas y hacen sus propios comentarios. Escuchan estóicamente las críticas más corrosivas y, circunstancialmente, las responden. Nadie parece asustarse del debate.

El malestar rural

FarmAid pone el dedo en la llaga en los contrasentidos de la sociedad estadounidense. Ironías del sistema, la revista Forbes (6 de abril, 1992) ubicaba a las industrias de la alimentación, las bebidas y el tabaco como las más rentables, a la industria forestal y de empaques en séptimo lugar, y a la distribución de alimentos en el octavo. Y mostraba como grandes empresas -General Foods, Ralston Purina y Kellog tuvieron
ventas y ganancias millonarias. Entonces ¿cómo es posible que haya pobreza en la sociedad rural de la principal potencia agrícola mundial? ¿Cómo es posible que, día a día. La agricultura sustentable crezca criticando fuertemente a la agricultura industrializada en la capital de la Revolución Verde?
¿Cómo es factible que los rentables y exitosos granjeros se opongan a la competencia con una agricultura enfermiza y débil como la mexicana en el marco del TLC? ¿Qué sucede con lo que se ha presentado como la agricultura del futuro?
La pobreza, el desempleo, las quiebras, la compactación de tierras y la erosión acelerada de lo suelos son una realidad en una de las agriculturas más prósperas del planeta.
En 1989 los ingresos en el medio rural eran 6 400 dólares menores que en el medio urbano. Diez años antes la brecha era de sólo 4900 dólares. Según datos del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, en 1988 del total de los ingresos
de una familia de agricultores sólo el 29 por ciento provenía de sus ventas de productos agrícolas; el grueso de las entradas familiares provenía de trabajo fuera de la granja (57 por ciento), y 12 por ciento provenía de pagos gubernamentales.
Las cifras muestran, simple y llanamente que, para sobrevivir, los agricultores deben buscar cada vez con más frecuencia, trabajos fuera de la granja. Y aun así, nada está garantizado. En 1970 la agricultura ocupaba 1.8 millones de granjeros, en 1980 la cifra había disminuido a 1.6 millones, y en 1988 había ya sólo 1.4 millones. La mayoría de estos productores fueron forzados a salir de la agricultura en la medida en que no pudieron competir en contra de las grandes compañías favorecidas por las políticas gubernamentales. Desde 1980 el número de agricultores por abajo de los 25 años se ha reducido a la mitad, mientras que el número de aquellos que tienen más de 65 años se ha mantenido constante. En términos generales, el tamaño que una granja productora de granos debe tener para sostenerse en la competencia (contando con la maquinaria y la infraestructura adecuadas) es, en promedio, de unas 200 hectáreas. Un inversionista que quiera adquirir una pequeña granja familiar requiere de un capital inicial de, cuando menos, unos 200 mil dólares. En resumen, las airadas quejas de los músicos populares que animaron FarmAid están sustentadas en la frialdad de las cifras: la quiebra de las granjas familiares, el éxodo rural, la pobreza rural y el reinado de las grandes corporaciones agroindustriales son un hecho.

Crisis por consigna

Las consecuencias de esta crisis son aún mayores, según algunos expertos. Mark Ritchie ha participado activamente en la formación de un movimiento agrícola progresista en los Estados Unidos y en la construcción de vínculos permanentes entre este movimiento y los movimientos ambientalistas y de consumidores. Simultáneamente ha jugado un papel clave en la organización de campañas para poner controles ciudadanos a las transnacionales y por la promoción de un comercio justo. Actualmente es Director Ejecutivo del Instituto para la Agricultura y Políticas Comerciales. Ritchie explica la situación agrícola de los Estados Unidos de esta manera:
El impacto global de la crisis agrícola en la economía de los Estados Unidos puede verse como una serie de ondas. Primero, se provoca la quiebra de un gran número de granjeros que no pueden pagar sus deudas. Y en la medida en que estos granjeros
deben deshacerse de sus bienes, los granjeros que quedan y los bancos sufren la depreciación en el valor de su tierra y su maquinaria.
A continuación, esta disminución en el valor de sus propiedades afecta a las comunidades vecinas. Los agricultores compran pocos bienes de capital en la medida en que los vendedores locales no pueden otorgar más créditos, ni siquiera en el largo plazo. Las comunidades locales sufren pérdidas por la disminución de las ventas al menudeo, así como por las pérdidas provocadas por las quiebras. los negocios fracasan y crece el desempleo: por cada granja que fracasa se pierden entre tres y cinco empleos; por cada seis granjas que fracasan desaparece un negocio rural. Además, la dramática disminución en el valor de la tierra erosiona el sistema de tributación basado en el impuesto a la propiedad que financia a muchas comunidades rurales y distritos escolares, provocando que los impuestos disponibles disminuyan al tiempo que la demanda por asistencia pública se incrementa.
En la oleada final, estas pérdidas se desparraman por toda la sociedad. En la medida en que los bancos locales se vuelven cada vez más vulnerables, éstos aumentan las tasas de interés que cobran a los productores con la esperanza de poder cubrirse de pérdidas por anticipado. Tarde o temprano, estas altas tasas de interés impactan en los mercados financieros nacionales, afectando a quienes contratan créditos en el medio urbano ...

En el corazón de la tormenta

En el origen de esta crisis tres factores se encuentran estrechamente relacionados. Primero, un modelo de desarrollo agropecuario basado en la compactación creciente
de la tierra, el uso intensivo de pesticidas y fertilizantes químicos, un enorme grado de "maquinización" del proceso productivo y la práctica del monocultivo. Segundo, una política agropecuaria que ha puesto el acento en no fijar los precios agrícolas de acuerdo a los costos de producción sino en fijarlos por abajo de éstos -en parte para promover las exportaciones- y compensar parte de las pérdidas con subsidios. Y; tercero, una creciente ingerencia de las grandes compañías agroindustriales en el proceso de acopio de comercialización de los productos agropecuarios.
El modelo de agricultura mecanizada ha provocado ya que grandes corporaciones dominen la producción rural de California, Texas y Florida, y que éstas sean cada vez más poderosas en el medio oeste y el norte de Nueva Inglaterra. Sin embargo, ha provocado también una preocupante erosión de los suelos, un uso irracional de la energía y , agua y alimentos de más dudosa calidad para la salud. Por todo Estados Unidos más y más agricultores abandonan este modelo de producción y buscan sustituirlo por uno basado en criterios de sustentabilidad, vinculándolo a un creciente movimiento de consumidores que reclaman tener acceso a alimentos sanos.
Aunque son conocidos los enormes subsidios destinados a la producción agrícola en los Estados Unidos, éstos benefician más a las grandes empresas agroindustriales que a los productores, y más a los grandes productores que a los pequeños agricultores familiares.
Estos subsidios, sin embargo, se encuentran por debajo de los costos de producción. De acuerdo con datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, el costo de producción promedio del maíz en los Estados Unidos en los últimos diez años es del alrededor de 3.10 dólares el bushel (aproximadamente unos 125 dólares la tonelada). Los granjeros reciben un pago de 1.50 dólares el bushel en precios del mercado y un dólar en pagos por deficiencia (subsidios). Eso significa que se pierde cerca de 60 centavos de dólar por bushel.
La creciente intervención de las grandes empresas agroindustriales en los procesos de producción, comercialización y distribución de insumos se ha traducido no sólo en una apropiación cada vez mayor de los mercados, las ganancias y los subsidios, sino también, en la definición de las políticas gubernamentales hacia el sector. Los bajos precios de los granos les permiten obtener ganancias múltiples: engordando aves y puercos; vendiendo mayores agroquímicos para tener más producción (los agroquímicos constituyen la tercera parte de los costos de producción de la mayoría de los alimentos).

El debate

Para enfrentar la crisis, una importante corriente de opinión entre los agricultores y sus organizaciones plantea la necesidad de una regulación estatal en la agricultura partiendo del hecho de que los productores individuales no tienen mecanismos para controlar la oferta y la demanda de sus productos; cuanto más trabajan, invierten y producen peor les va. Los precios se derrumban y sus ingresos disminuyen. Para compensar las pérdidas deben producir aún más, aunque eso tenga como consecuencia inmediata crear una crisis de sobreproducción mayor y derrumbar los precios por debajo de los costos de producción. Este círculo vicioso sirve para que los acaparadores y grandes empresas comercializadoras de granos se enriquezcan, mientras los productores quiebran y se ven obligados a abandonar sus granjas. Por ello se requiere una cierta forma de planificación gubernamental que estabilice los precios balanceando oferta y demanda. Asimismo, se requiere de precios agrícolas acordes a los costos de producción.
A pesar de la popularidad de esta propuesta entre amplios sectores de granjeros, ésta ha sido fuertemente criticada por aquellos que plantean que el objetivo de las políticas gubernamentales debe ser la promoción de la "eficiencia del mercado", aunque esto pueda significar que muchos productores deban ser expulsados de sus tierras. Su propuesta considera que se debe producir tanto como sea posible, dejar que los precios de los productos agrícolas caigan, y permitir a lo más fuertes sobrevivir y conquistar los mercados alrededor del mundo. El Senador Republicano Boschwitz señaló en 1985 a la revista Time: "Si no actuamos para desalentar a estos países ahora, nuestra posición de competitividad global continuará deslizándose y será mucho más difícil de recobrar. Este debería ser uno de los objetivos primordiales de nuestra política agrícola y del FarmBill.

Del Libre Comercio al sexo libre

John Hansen es el Presidente de la Unión de Granjeros de Nebraska y uno de los dirigentes nacionales de la Unión Nacional de Granjeros. Hijo de un dirigente agrícola heredero de la tradición populista radical, presume de saber castrar un toro e inseminar artificialmente a una vaca, sin confundir uno con el otro. Estuvo en México hablando ante dirigentes campesinos y funcionarios agropecuarios sobre su visión acerca del TLC. En Nebraska fue anfitrión de un delegación de dirigentes y asesores campesinos mexicanos que intercambiaron experiencias durante casi una semana. John ve el TLC con mucho recelo:
-El comercio -dice esbozando una sonrisa maliciosa- es como el sexo. Por más que lo quieras libre, debe tener siempre ciertas normas. El sexo, por ejemplo, debe de ser seguro. Todos sabemos qué pasa hoy en día si al hacer sexo no se toman ciertas precauciones. Lo mismo debe ser el comercio. El sexo debe ser responsable. Lo mismo sucede con el comercio. Yo no creo en el libre comercio, sencillamente porque como en el caso del sexo, no es nunca verdaderamente libre.
El punto de vista de John es compartido por muchos otros agricultores en los Estados Unidos. Durante las audiencias del Congreso y del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos realizadas en lowa, John tomó la palabra. Señaló cómo el TLC afectará a los agricultores en los Estados Unidos y a los campesinos en México, cómo desmantelará los programas agrícolas buenos que aún existen, cómo abrirá los candados legales que impiden una expansión de las grandes agroindustrias, cómo, en suma, se trata, según él, de un Tratado hecho a la medida de las grandes corporaciones y no de los pueblos. Los aplausos de los asistentes mostraron hasta qué punto sus opiniones eran las de quienes estaban allí.
Diversas intervenciones insistieron en lo mismo. Sarah Voguel, Comisionada de Agricultura de Dakota del Norte -cargo de elección popular- señaló desde la Mesa:
-Hay un viejo dicho jurídico que dice, "malos hechos hacen una mala ley". Aquí tenemos buenos hechos pero una mala ley. No hay duda de que nos interesa contar con buenas leyes comerciales. Pero este TLC es una mala ley. Esta versión. tendría que ser rechazada.
Debería renegociarse una nueva versión a la luz del día, con la participación de los ciudadanos. Una nueva versión, más preocupada por el comercio justo, y no por el comercio a cualquier precio.
Días atrás, Karen Lehman, con una amplia experiencia en el trabajo de organización de
productores rurales en los Estados Unidos y México y en la construcción de redes binacionales, había señalado durante un Diálogo Ciudadano realizado en Minneapolis:
-El texto del TLC, en su capítulo de agricultura, trabaja en contra de un desarrollo rural sustentable y de una agricultura económica y ambientalmente sustentable . Provee muchas oportunidades para el incremento de la intervención de las grandes corporaciones en la agricultura a través de la reducción de importaciones, la reducción de las normas de seguridad alimentaria y la reducción de los precios de los productos agrícolas.
Una y otra vez, estas opiniones se oyeron, en boca de muchos otros personajes, en FarmAid.

Cuando el futuro nos alcance

Cuando Pedro Magaña, dirigente nacional de la UNORCA tomó la palabra en la Cena de Unidad del tercer Distrito del Partido Demócrata de los Estados Unidos de Nebraska, hace cerca de nueve meses, nadie sabía muy bien lo que iba a decir. Los asistentes, funcionarios de elección popular en su mayoría, lo escucharon con atención. Pedro explicó la razón de su presencia en esa reunión y los encuentros que en los últimos días había tenido como Parte de una delegación de dirigentes y asesores campesinos con granjeros de Nebraska. Al terminar señaló:
-En estos intercambios les hemos platicado la situación de los agricultores mexicanos y las consecuencias que el Tratado de Libre Comercio tendrá para nosotros en el campo. Lo que les platicamos no les gustó como tampoco nos gusta a nosotros. Nos dijeron que algo así habían vivido ya hace unos años. Pero también nos informaron de la situación que aquí tienen las pequeñas granjas familiares. Vimos cómo sus granjas pequeñas, para nosotros son grandes; vimos la maquinaria y la tecnología que usan; y también lo duro que trabajan. Lo vimos con atención porque nos han dicho que esta agricultura es nuestro futuro. Pero, también nos platicaron cómo ahora tienen que trabajar más para ganar menos, como cada día quiebran más y más granjeros. Por eso, les decimos aquí que ese futuro no nos gusta. Que más nos vale que entre todos vayamos pensando un nuevo modelo de desarrollo, más justo y más parejo para todos. Un nuevo modelo donde la agricultura y los agricultores tengan cabida.
Lo que Pedro Magaña vio en aquella gira, sería, al poco tiempo, el grito de miles de agricultores en lowa, la llamada de atención a un coloso con pies de barro. Sus palabras, entonces, son las palabras para aquí y para ahora . En un momento en el que nuestros modernos funcionarios ven el modelo agrícola norteamericano como nuestro futuro posible, es importante mirar al norte, y retomar como propias las protestas y las propuestas de los agricultores de FarmAid. Recordar las decenas de miles que han sido expulsados de sus tierras. Y quizás, recordar las palabras de Ry Cooder, interpretadas por Willie Nelson:
Hay un lugar en dónde
-es lo que han dicho-
cada calle está pavimentada con oro
y justo está al otro lado de la frontera.
¿Por qué pagaste el precio de venir
hasta acá
sólo para acabar donde estás
justo al otro lado de la frontera.