Guerrero es una cajita

29 de agosto 2021
La Jornada

Esta composición musical de los maestros Raúl Isidro Burgos y Antonio I. Delgado, forma parte del legado artístico que dejaron en la Normal Rural de Ayotzinapa. Su espíritu creativo marcó una gran época, por los grandes festivales que realizaban las normales rurales de México. La interpretación magistral de Óscar Chávez nos lleva de la mano por los bellos lugares de nuestra entidad. Con palomas y cenzontles recrean el paisaje y el lado amigable de los guerrerenses. Raúl y Antonio, además de impulsar la construcción de la Normal de Ayotzinapa en el casco de una hacienda, promovieron el desarrollo de las bellas artes. Quedaron para la posteridad sus poemas, canciones, rondas infantiles y bailables, que hasta la fecha ejecutan los grupos de danza y su estudiantina. Fueron los precursores de la escuela rural, que impregnó un espíritu crítico y transformador a la población normalista, como sujetos del cambio social.
Esta riqueza cultural y política emanada de la Revolución de 1910 le dio a las normales rurales un sello distintivo. Se nutrieron de las demandas del campesinado, sintetizadas en el lema zapatista: Tierra y libertad. La educación rural formó parte del nuevo proyecto nacional orientado a mejorar las condiciones de la población del campo. En la década de los 30, Lázaro Cárdenas amplió el número de estas escuelas y articuló la enseñanza agropecuaria con la normalista, promoviendo planes de estudios con orientación socialista. Por su parte, el alumnado se agrupó en la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México para conformar un movimiento autónomo, capaz de aglutinar a las normales rurales y enfrentar los embates del régimen autoritario.
El modelo educativo construido en el salón y la parcela tuvo un gran auge en Ayotzinapa. Les proporcionó un bagaje pedagógico acorde con las realidades socioculturales de la niñez y forjó a maestros con casta de defensores comunitarios. La formación integral fue un atractivo para los jóvenes indígenas que difícilmente podían acceder a instituciones de educación superior. La matrícula siempre fue en ascenso, sobre todo por la incorporación de jóvenes de la Montaña y la Costa de Guerrero.
A pesar de la dispersión de las normales rurales, al interior de su organización se robustecieron como colectividad pensante, con una activa participación en la vida del internado. Para preservar su sistema de autogobierno conformaron su sociedad de alumnos Ricardo Flores Magón, el comité ejecutivo estudiantil, su comité de orientación política e ideológica y sus magnas asambleas. Se acuerparon con el movimiento estudiantil, magisterial y social de Guerrero. Su vínculo con las comunidades indígenas y campesinas fue determinante para impulsar procesos organizativos y abanderar sus demandas más sentidas.
El cacicazgo político guerrerense, como la expresión más funesta de un gobierno gansteril, fue la parte oscura y sanguinaria que por décadas han enfrentado los normalistas de Ayotzinapa. En 1969, el gobierno federal ordenó la ocupación de todas las normales por parte del Ejército y las fuerzas de seguridad con el pretexto de una huelga nacional anunciada por los estudiantes. En Guerrero se suscitaron cruentas represiones ordenadas por los gobernadores Raúl Caballero Aburto, responsable de la matanza de estudiantes que peleaban por la autonomía de la Universidad de Guerrero, y de Raymundo Abarca Alarcón, quien alentó la violencia, como la masacre de Atoyac, donde policías judiciales arremetieron contra padres de familia que exigían la destitución de una directora. Esta represión orilló a Lucio Cabañas a empuñar las armas. El 20 de agosto de 1967 se consumó la matanza de los copreros en Acapulco. En el gobierno de Francisco Ruiz Massieu, policías estatales ejecutaron al normalista Juan Manuel Huikán en la parada de autobuses de la escuela de Ayotzinapa. El gobierno perredista de Zeferino Torreblanca envió policías antimotines para desalojar a los estudiantes que habían tomado las instalaciones del Congreso. El saldo fue de 30 estudiantes heridos y 50 detenidos. El 12 de diciembre de 2011 el ex gobernador Ángel Aguirre Rivero ordenó el desalojo de normalistas que bloqueaban la Autopista del Sol. Ramón Arriola, subsecretario de Seguridad, cumplió las órdenes de limpiar la carretera. El saldo, dos estudiantes asesinados, Jorge Alexis Herrera y Gabriel Echeverría.
Para los padres de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, el tiempo quedó suspendido. Desde la noche trágica de Iguala, ya no hay molienda de caña para el chilote, ni producción de panela. La milpa está triste, las plagas carcomen su corazón y el ventarrón quiebra su tallo. Con el trago amargo de la incertidumbre y el dolor, no hay ganas para cortar las piñas, ni ánimo para la molienda. Nada mitiga las penas. El cempasúchil y la mano de león, se ponen en el altar para no olvidar a los ausentes y esperar del cielo un milagro. En la Montaña, el café no tiene precio, la jamaica no se vende y el hambre arrecia.
En cada color de los bordados, las madres trazan el caminito secreto y mágico para tejer una flor radiante. En cada borde está el recuerdo del hijo amado. La vista fija no deja de pensar en su retorno. Para contener la angustia y la desesperación, cada puntada es como una palpitación del corazón ausente que da templanza. Bordar, es tejer su rostro, escribir su nombre, dibujar su sonrisa, sentir su presencia, tocar sus manos y contemplar sus ojos. Las lágrimas y el silencio parecen detener las manecillas del reloj. Es el c ontinuum de una vida inerte, donde todas las noches son 26 y los días son 27. Un presente eterno marcado por la ansiedad, la indignación y la pujanza.
En tiempos del Covid, para los padres, no hay peor virus que la impunidad e indolencia de las autoridades. Su insensatez ante el sufrimiento y su aletargamiento para ejercer las órdenes de aprehensión carcomen el alma. A pesar del confinamiento no hay reposo. Las enfermedades, desatendidas por el sector salud, disminuyen sus fuerzas, pero no doblegan su espíritu combativo. Su heroica lucha se da en todos los frentes; resisten ante las penurias económicas, batallan contra sus males físicos y atienden la familia que, a siete años, sigue esperando el retorno del hermano. Para el poeta Isidro Burgos, Ayot-zinapa fue su sueño de justicia y la fuente de su inspiración.
* Director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
https://www.jornada.com.mx/2021/08/29/opinion/017a2pol